Durante siglos y en distintas culturas los hombres han contado fábulas a la lumbre del fuego para reflexionar sobre sí mismos apelando a las virtudes, defectos o características de los animales. Era un modo de congraciarse con ellos, de cotejar sus propios dones con los del león, la libélula o el lobo. Y es que las fábulas no están interesadas en mostrarnos cómo se comportan otros seres vivos, sino en destacar en qué nos afecta su conducta y en qué espejo de secretas identidades es posible expandir nuestra visión. Hoy, cuando la etología, la limnología o el estudio de las aguas dulces, la ornitología o la etnobotánica aportan datos sorprendentes sobre el mundo natural, y mientras desaparecen día a día especies enteras, y la naturaleza es avasallada impunemente, corresponde a la poesía rescatar por la fantasía lo que se ha deteriorado por un exceso de realidad.La cola del pavo real extiende, para ello, los datos reales que sobre el mundo natural disponemos hacia el campo siempre fértil de la imaginación con el fin de actualizar la esfera de lo fabuloso. Mechando, como corresponde a este género, el lenguaje del ser humano con el del animal o la flor, para que uno y otros redescubran, en el diálogo, el valor de lo sagrado y su gusto de vida compartida.