Su nombre era Marinela. Nadie creía que mi novia era una princesa. Algunas personas ni siquiera sabían que existían princesas en frica. Pero la mía era de allí, de Angola. Marinela era blanca y tenía más pecas que el cielo de Luanda. En realidad, sólo nos habíamos visto una vez en la vida y todos los días esperábamos el día de vernos de nuevamente. Mientras ese día no llegaba, Marinela me llamaba todas las noches y hablábamos hasta que se quedaba dormida. Con su acento tan especial, la princesa me decía que sólo podía dormir después de oírme. ¿O será que era yo quien sólo podía dormir después de haber hablado en el oído de ella?